A la foca Ediclea le dolía una muela.
Su mamá le dijo:
- Para curarte esa muela tienes que ir al dentista; este vive cruzando el río,
¡Pero debes tener cuidado!, los cocodrilos te pueden usar como desayuno.
La foca Ediclea pasó la mañana pensando: ¿como podría cruzar el río? y decidió
que era más fácil cruzarlo después del mediodía.
A esa hora los cocodrilos ya habrían desayunado y hasta almorzado.
Entonces, cruzó el río. Los cocodrilos dormían y así llegó a la casa del dentista.
El dentista se llamaba Demetrius y tenía un consultorio que aunque no era muy
grande, siempre estaba lleno de pacientes.
Ediclea le dijo que le dolía una muela y Demetrius, el dentista, le dijo así:
Abre bien tu boca que te voy a ver la muela
y la foca la abrió.
Demetrius casi mete la cabeza dentro de la boca de Ediclea y viendo que tenía una espina clavada al lado de la muela, se lo dijo.
Eso puso contenta a Ediclea por no tener la muela enferma, ya que ella se cepillaba los dientes todos los días.
Bueno, dijo Demetrius:
- ¡Ahora, a sacar esa espina! - con una pinza y de un tirón, se la sacó.
Claro, pensó Ediclea, ayer se había ido de pesca y ¡qué ricas truchas se había comido! pero de tan apurada se las tragó de un sopetón.
Ediclea guardó la espina para recordar que debía comer con más cuidado.
Y así muy contenta emprendió el camino de regreso hacía su casa y, con mucho cuidado, cruzó el río.
¿Se acuerdan lo que había en él?...Unos grandes cocodrilos.
FIN
Ilustraciones:
Luis Haro Domínguez
Revisión y edición
Josefina Peralta
Autora María Fernanda Peralta
Del libro, "Aventuras para leer antes de soñar"
A una cigarra que cantaba muy bien la invitaron a un concurso de canto, donde de premio daban una guitarra, y muy moderna.
Su vecina, una paloma, le dijo: ¡Si tu quieres yo te inscribo!, prepárate muy bien, van a concursar cantantes muy buenos.
Los vecinos muy contentos de que la cigarra Catalina los representara, cada vez que pasaban la saludaban y felicitaban.
Llegó el día del concurso, Catalina no pudo preparase bien, ya que no la habían dejado.
De tanto saludos y felicitaciones, siempre la interrumpieron.
Era una buena época para cantar, hacía mucho calor y eso a ella le encantaba y hasta la inspiraba.
Catalina salió para el concurso bien temprano, pero antes comió un poco de miel que una abejita vecina le llevó y le dijo:
¡Para mejorar tus cuerdas vocales! y aunque no estaba acostumbrada a comer miel, se la comió todita.
El concurso comenzó, los espectadores aplaudían a los concursantes porque cantaban muy bien.
A Catalina, de los nervios y tanta miel, le dolía mucho la barriga y a cada rato se levantaba para ir al baño.
Los vecinos preocupados llamaron a un doctor que la examinó y le dijo:
¡Nunca debes comer nada en exceso! y sin consultar a un médico; jamás tomar ningún remedio.
¡Claro! La miel que Catalina había comido era un remedio para su garganta.
El doctor le mandó tres días en cama.
¡Pobre Catalina! Se quedó sin participar en el concurso, pero aprendió una importante lección.
Por más buenas que sean las intenciones de nuestros amigos, no debemos tomar nada para mejorar nuestra salud, sin que un doctor lo recomiende.
Y para el próximo año, pensó Catalina, con seguridad podría participar en el concurso de canto, además tenía mucho tiempo para practicar sus canciones.
Y cantando y cantando Catalina se hizo amiga de un gran sapo que un día pasó por su casa y la escuchó cantar.
Juntos pasaban las tardes ensayando; algunos vecinos se quejaban de tanto bochinche, pero Catalina y su nuevo amigo cantaban hasta el anochecer.
Fin...